domingo, 16 de mayo de 2010

LOS GOOGLEROS. Por Elsa Varela


La historia de la humanidad nos habla de mejoramientos y constantes sustituciones. El hombre siempre supo sacar ventaja de ello; basta con dar un vistazo hacia atrás. Del Neolítico para acá, sacudió de sus hombros las cargas más pesadas y las puso en lomos de yeguas y camellos. Un poco más hacia esta era, con la revolución industrial, aquellas cuatro patas, por lentas, resultaron ineficaces y poco rentables. Urgió la hora de una nueva sustitución; surgieron máquinas más sofisticadas y eficientes. El hombre corrió entonces a montar su carga en remolcadores, grúas, camiones etc. Y cada vez que que hizo una sustitución, le quedó tiempo a disposición para dedicarlo a tareas más nobles.


Era de suponer que la -ya no tan reciente- revolución digital, dejase tiempo suficiente al hombre para quedarse en casa, bien fuera a ¨surfear¨ en la Web, o a disfrutar de ratos de esparcimiento dedicables a la música, el teatro, la pintura etc.; es decir, al desarrollo del intelecto. Como consecuencia, se esperaba una población mundial altamente alfabetizada e informada y con mayor propensión al pensamiento crítico. Ha sido así? Hemos hecho buen uso de ese tiempo a nuestra disposición? Ya sé que habrá más de uno diciendo: Depende de lo llamemos intelecto. Yo respondería que es esa facultad sencilla que nos permite leer o ver cualquier material, analizarlo, hacer inferencias y luego mostrar -a través de nuestra eficacia para comunicarlo-, que hemos retenido su significado. Pero bien sabemos que en esto, todos estamos en serios problemas.

Es cierto que desde que Google hizo su entrada en nuestros hogares todo se ha hecho más rápido. Pero así como hoy en día ninos y adultos, científicos y profesionales de cualquier área tienen acceso a información instantánea a través de este servidor cibernético, es innegable que éste nos abruma con la cantidad de opciones que deja a nuestro alcance. Sin contar que nos priva de esa calidad de conocimiento que nos llega del contacto directo con el mundo físico. No es lo mismo ver una manzana -ni siquiera en Flickr-, que tocarla, olerla y luego saborearla. Los ojos que miran a través de una cámara en el chat room no son los mismos que se miran en los nuestros. Hemos ido perdiendo el gusto de saborear la vida. Nos hemos convertido en una generación de ¨googleros¨.

La era digital nos ha hecho impacientes, ¨Oh, esta computadora está tan lenta!¨; ha limitado nuestra capacidad de concentración ¨No te preocupes, busca el mapa en Google”; ha reducido nuestra capacidad para memorizar cosas sencillas -ya nadie recuerda un número telefónico- y ha provocado que nuestra ansiedad vaya en aumento. Lo más triste es que todo ese tiempo disponible que invertimos enviando mensajes de texto, haciendo comentarios en Facebook, en los Blogs, en Twitter o en los correos electrónicos, no se traduce precisamente en una excelente calidad de escritura. Y así como algunos pueden considerar a la obesidad un efecto colateral de la sustitución del trabajo físico por las máquinas, la pereza mental también podría redundar en un efecto nefasto de la sustitución del cerebro por Google.

Es cierto que la cantidad de información que se genera en la Web supera con creces las capacidades y expectativas de cualquier individuo. No podemos negar que miles de árboles se han salvado gracias a esta Era paperless. Pero Gutenberg no nos hizo más estúpidos. Si en aquél entonces el hombre supo asignarle a ese nuevo invento la dosis de tiempo que le correspondía, por qué no podemos hacerlo nosotros hoy con el Internet? Ahora que podemos darnos cuenta de cuán desinformados hemos estado y de cuánto nos queda aún por pensar y aprender. Tal vez haya una lección en todo esto, quizás deberíamos alardear menos, ser un poco más humildes y confiar un poco más en nuestras propias capacidades. Tal vez debamos sentarnos en la quietud de un rincón a leer ese libro que nos nutre con conocimiento imperecedero y no de bolsillo, en vez de hacer alarde queriendo abarcar más de lo que podemos, dejando que Google piense y haga por nosotros.


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