sábado, 12 de septiembre de 2009

DEKADENCIA

A l e r t a V E N E Z O L A N O S !

P i l a s, C O L O M B I A N O S!

lunes, 3 de agosto de 2009

La puerilización del pensamiento

Develar lo que otros pasan por alto, descubrir –mientras se informa– lo que toca la fibra del ser humano y despertar en él la sed de conectarse de nuevo con la vida es, del periodismo, la misión más encomiable.
Yo no soy periodista, pero sí una asidua lectora, y con un hambre de noticias, que no da visos de saciarse nunca. Antes me debatía entre la radio y la televisión, pero con mucho estupor he ido mudándome para la internet, advirtiendo que la vida pública ha perdido su seriedad y, en consecuencia, el mundo de los periódicos, noticieros y telediarios, simplificándose sospechosamente.
«¿Qué está pasando?» Me pregunto, cuando la noticia local se limita a repetir una y mil veces la hazaña de un primer mandatario que resuelve una metida de pata con un par de cervezas en los jardines de la casa presidencial; un periodismo que para hacerse creíble pone en boca de una niña una verdad a medias, endilgándonos como ejemplo de paternidad a un cantante-bailarín al que no le alcanzó la vida para darse cuenta de que su talento estaba por encima del color de su piel y más alto que su preferencia sexual; o ese periodismo que muestra el arrojo de un tipo que le salva la vida a un gato atrapado entre la rama de un árbol y el techo de su casa. Cuando en el ámbito internacional la importancia de la noticia parece estar en la mención de la cifra de muertes en Irak, no puedo menos que sentir desconsuelo e incertidumbre. ¿Qué pasa con el periodismo de hoy?

¿Estaremos asistiendo a una puerilización tal del pensamiento que ya se corresponde con la boyante industria del infantilismo actual? Porque no podemos negar que éste último ha venido ganando terreno entre nosotros desde hace ya un tiempito. Lo vemos en el auge cinematográfico de los dibujos animados, en las fiestas televisadas de cumpleaños, matrimonios y bautizos de las celebridades, sus proles y sus respectivos perros; lo vemos en la explosión del marketing en el lanzamiento de libros talla Harry Potter; en los pellizquitos de monja entre los conferencistas y sus payasos aduladores que, en aras de un humor rancio, invalidan una opinión sustancial, propiciando con ello un diálogo tonto de superficie que no beneficia a nadie. Nunca como ahora había visto yo a tanto viejo vestido de jovencito, ni a tantas viejas con la piel tan lisa como las nalgas de un recién nacido. La valla parece decir: “Hay que volver a chuparse el dedo”; parece que la red de comunicación que cubre el planeta, ya sea en forma hablada o escrita, visual o auditiva, es una hamaca donde la Humanidad mece sus boberías.
Cuando exijo hechos y no palabras, no es que esté excluyendo la palabra. ¡Atención! La estoy reclamando como acto; es decir, como un hecho. Porque en eso se convierte ella cuando es verdadera. La solapada y cobarde que nos escamotea la noticia, la que pretendiendo convertir lo inexacto en preciso; la que es utilizada inapropiada, confusa y solapadamente, donde debería estar el vocablo que alimenta, la desdeño.
Fracasados los últimos proyectos utópicos, la ciudadanía, de cara los medios, parece asumir el horizonte como un inmenso patio de kindergarten; o, para decirlo como lo vislumbraría Zelaya, “asumir al país desde el cielo como un gigantesco celular inalcanzable en el que no atino a marcar un número” (la frase es mía, no se preocupen, amigos periodistas).

Mucho se insiste y se machaca en eso de la frase políticamente correcta y en la objetividad en la que el periodista de hoy debe estar atrincherado. Debo decir sin ánimo de ofender a nadie, que con esto se ha creado un monstruo: un profesional sin sustancia, un mediador enclenque que bien podría ser reemplazado por una máquina.

Un periodista que se conforma y se limita a ése “ver físico” de la objetividad; a ese "presentar los hechos" sin atreverse a decir todo lo que ve por temor al compromiso, no me trae a mí ninguna noticia. Y me pregunto, ¿es nuestra realidad visible sólo a ésos ojos? Se impondría entonces una explicación más detallada sobre ese otro ver que siempre estrecha la distancia que hay del corazón a las palabras.

domingo, 2 de agosto de 2009

LA CULTURA DEL DESECHO ¿Comprar o reparar? ¿Regalar o donar? Reciclar, botar... pero ¿dónde?

El cambio de la televisión análoga a digital convirtió de un día para otro a cientos de millones de aparatos en obsoletos. La vasta mayoría de menores recursos, amaneció enfrentada a una desconsoladora disyuntiva: Acondicionar el viejo aparato o hacer un sacrificio y comprar uno nuevo. Para los otros, “la minoría”, deshacerse de aquellos dinosaurios era sólo cosa de escoger entre dos opciones filantrópicas: Regalar o donar el aparato.
Pero no sólo los televisores análogos constituyen lo que hoy se conoce como desecho electrónico o E-waste. Los beepers, celulares, relojes, máquinas de fax, impresoras, copiadoras, las cámaras fotográficas no digitales y las computadoras no hacen otra cosa que agregar una capa más a la montaña de basura electrónica que en proporciones alarmantes se produce hoy en día. Y a decir verdad, poco o nada le importa a la mayoría –ni a la minoría–, dónde va a parar y qué se hace con la materia prima de este “nuevo” negocio.
Desde hace ya casi una década el E-waste, colocó a las políticas gubernamentales en el serio compromiso de proponer campañas de reciclaje. Una nueva era de defensores del planeta surgió y, como consecuencia, una moda más; véase Al Gore y sus aliados. Reciclar, sin embargo, tiene su costo y su inversión no es precisamente un negocio que proporcione dividendos a corto plazo. A los gobiernos les ha quedado entonces la otra opción: Botar… pero ¿dónde?
En Estados Unidos no se castiga a nadie por comerciar con material de desecho, sea éste tóxico o no; y como para honrar la libertad nada mejor, en este caso, que la premisa de “Trade is always good and it should be free”, todos quedan libres de culpa y –lo más importante– de multa. De modo que el desecho electrónico americano consiguió destino, ahorrándole así al gobierno –de paso– el alto costo que significa procurarse una forma propia y doméstica de ponerle fin al círculo vicioso del veneno.
Según Jim Puckett, líder de la campaña contra el comercio global de E-waste y director ejecutivo del Basel Action Network, con base en Seattle, el 80% de la basura electrónica de Estados Unidos va a parar a Hong Kong. Específicamente a 50 lugares utilizados para estos fines; entre ellos, la población de Guiyu, situada en el sureste de la provincia de Guangdong. Allí, cientos de mujeres ejecutan diariamente la quema de miles y miles de desecho electrónico, exponiéndose a sí mismas, a sus crías y a la población en general, a los gases que, como de un crematorio gigante, emanan del sitio.
Puckett advierte que la importación de E-waste es ilegal en la China desde 1966, pero ese país ha sufrido de tal modo los estragos de la carencia de metales, que se ha hecho de la vista gorda con este asunto; sobre todo porque este negocio le asegura al país una tasa de empleo que estaría muy lejos de rebasar sin él.
De acuerdo al Profesor Huo Xia, del Shantou University Medical College, a hora y media de Guiyu, se han realizado pruebas con 165 niños cuyas edades oscilan entre uno y seis años, y las mismas han arrojado altas concentraciones de plomo en su sangre. Afirma que el plomo puede afectar el desarrollo del sistema nervioso central de los infantes y en consecuencia, su inteligencia.
El segundo cementerio digital del mundo lo localizó Puckett en Agbologbloshie, un suburbio en la afueras de Acra, la capital de Ghana, donde –exponiéndose a tóxicos como el bromuro de cadmio, el mercurio, el plomo y el humo del plástico que sirve de aislante a las computadoras– niños de edades comprendidas entre los 12 y 17 años, rompen aparatos electrónicos con piedras, palos e, incluso con sus propias manos, para sacarle los cables, quemarlos y extraer de ellos algún residuo de cobre que, al completar un kilo, podrán vender por un dólar a los compradores y revendedores de metal de la ciudad.
Respondiendo a las preguntas de varios estudiantes de la British Columbia University, Jim Puckett habla de las políticas mundiales y los efectos del comercio del desecho tóxico. “En Europa fueron más previsivos. Ellos detuvieron a tiempo el comercio de desecho tóxico, aplicando y respetando la ley BASEL que prohíbe la exportación de cualquier tipo de material tóxico –incluyendo el desperdicio electrónico–, hacia cualquier país en desarrollo”.
No sólo se disponen ahora en Europa a elaborar aparatos electrónicos que prescindan del uso de material tóxico, sino que proponen que sean los fabricantes y no los consumidores los responsables de la vida útil e inútil de cualquier aparato que requiera material tóxico en su elaboración.
Vale decir que, si para cualquier consumidor europeo su celular ya resultó obsoleto y éste fue fabricado, por ejemplo, en Japón, bien puede mandarlo por correo a sus fabricantes y que ellos decidan qué hacer con él. Una medida, si no del todo saludable, al menos responsable y más eficaz. Algo que, a propósito, Estados Unidos debería imitar, pues tan injusto es abonarle la culpa al consumidor como seguir tirándole la basura al vecino.

sábado, 4 de julio de 2009

Sacándose los mocos en los semáforos en rojo


¿Usted es de los que vienen embullados por el título, verdad? ¿Se dejó seducir también por la bobería? ¿No le avergüenza saber que con usted sólo la baba tiene poder de convocatoria? Pues bien, ahora no se vaya. Si está esperando que cambie la luz del semáforo, o se encuentra arriñonado en su casa, control remoto en mano, buscando la formulita mágica que no le despierte el cerebro, ponga mucha atención; LEA, porque esto con usted.
Para empezar, el título de este artículo iba a ser “Lo dijeron dos hondureños”. Pero decidí cambiarlo porque supuse –y no me equivoqué– que con un título como ese, usted jamás me habría acompañado hasta este segundo párrafo.
Vamos juntos, ¿verdad? Lo atrapé, me lo traje pegado a la bolita de mocos. Pues, bien, es bastante doloroso constatar que haya personas interesadas en algo tan banal como esto, mientras un pueblo hermano, en honor a su dignidad, pone en riesgo su derecho a la libertad, por atreverse a defender su Constitución. Porque estoy segura de que a estas alturas la mayoría de nosotros ignora que la madrugada del 28 de junio las Fuerzas Armadas hondureñas demostraron ser garantes de la ley y no estar dispuestas a romper el hilo constitucional de su nación, sacando en ropa de cama a un presidente electo democráticamente para expulsarlo de su curul presidencial. Desconocemos que el Poder Legislativo y su Tribunal Supremo de justicia hondureños en pleno -contraviniendo la decisión del Ejecutivo de aprobar lo que sería “una simple encuesta no vinculante para la población”-, ordenaron poner a Mel Zelaya en un avión rumbo a Costa Rica.

Es cierto que este es un asunto de los hondureños exclusivamente, que son ellos los que deben decidir su destino sin intromisiones foráneas –incluido Isulza–, pero nosotros los hispanos estamos en el deber de indagar, conocer y estar al tanto de lo que sucede en un país tan similar al nuestro. ¿Acaso tenemos alguna idea de lo que son y han sido las Fuerzas Armadas hondureñas? ¿Qué sabemos de su gente, de su historia reciente, de su territorio, de su música, de sus etnias, de su danza y, en general, de sus costumbres? ¿Cuántos de nosotros sabemos que América Ferrara, la Betty la fea de los americanos es de origen hondureño? ¿Alguno de nosotros tuvo noticia de que Oscar Andrés Madariaga, un connotado cardenal hondureño, por poco se convierte en el sucesor de Juan Pablo II? Y ustedes, los amantes del deporte, ¿sabían que José Enrique Cardona del Atlético Madrid y que Carlos Pavón del Real España, son hondureños? ¿Quién de ustedes se enteró en el 2006, que el hondureño David Suazo, del Inter de Milán fue nombrado el jugador extranjero más valioso de la Liga Italiana?

Los medios lo han llamado golpe de estado, pero, ¿se puede llamar golpe de estado a un gobierno provisional constituido por civiles? No hay que olvidar que quien está al mando en Honduras no es ni Masera, ni Stroesner, ni Pinochet ni nada que se le parezca; el jefe es Micheletti y que yo sepa, no es general. ¿En realidad se rompió el Estado de Derecho en Honduras? ¿No será más bien que con la destitución de Zelaya, los hondureños están velando por la restauración del mismo? Que un presidente sea electo por voluntad popular no le da derecho a violentar las normas, ignorar el ordenamiento legal y a convertirse, por tanto, en dictador constitucional. No es que vayamos a decir ahora que queremos una armada electora. Fue el mismísimo presidente Zelaya quien hizo caso omiso de una orden judicial y, queriendo imponer su poder como primer mandatario, pretendió violar una disposición legal y romper la institucionalidad de los poderes públicos. Pero a Mel el bárbaro le salió el tiro por la culata; no contó con la astucia de los catrachos que le salieron al paso a romperle más de una cuerda a su guitarrita de mariachi.

Otras preguntas subyacen, sin embargo, ¿No era más razonable esperar las próximas elecciones presidenciales de noviembre y dejar que el pueblo hondureño expresara su descontento –o contento– mediante el voto? ¿No era también una opción válida acudir a los órganos jurisdiccionales, someter a juicio y –de ser preciso–, mandar a prisión al mandatario? Pero tampoco es fácil olvidar que la historia reciente de Latinoamérica nos muestra presidentes electos que se han valido de múltiples artimañas políticas para perpetrarse en el poder; cambiar leyes, cerrar canales de televisión, perseguir e impedirle el ejercicio de sus funciones a alcaldes popularmente elegidos, apresar y condenar a prisión a disidentes; sin mencionar sus conchupancias con guerrilleros, y su asquerosa adhesión a modelos revolucionarios obsoletos y anacrónicos que, hace más de un par de décadas, debían estar recogidos y en desuso por ineficaces. No es difícil concluir que todo esto pudo haber empujado a los protagonistas de este mal llamado golpe, y que en consecuencia, hayan evitado con un vuelo sin retorno a Costa Rica, que ‘el mariachi’ siguiera haciendo literalmente de las suyas.

Lo que dijo un hondureño en un blog que leí ayer me hizo reflexionar: «Yo prefiero ser libre pobre, que rico preso detrás de cualquier clase de barrotes».

Entonces, en vez de sacarme los mocos, quise conocer lo que dice la Constitución hondureña sobre la insurrección de los pueblos, a la hora de defender su orden constitucional:

ARTÍCULO 3.- Nadie debe obediencia a un gobierno usurpador ni a quienes asuman funciones o empleos públicos por la fuerza de las armas o usando medios o procedimientos que quebranten o desconozcan lo que ésta Constitución y las leyes establecen. Los actos verificados por tales autoridades son nulos. El pueblo tiene derecho a recurrir a la insurrección en defensa del orden constitucional.
Tenemos mucho que aprender de este pueblo que se resiste a ser esclavizado y se levanta sin derramamiento de sangre; un pueblo cuyas Fuerzas Armadas acuden al mandato de la soberanía nacional haciendo oídos sordos a injerencias y poniendo de manifiesto la autodeterminación de su pueblo. He aprendido que en cuanto a reelección dice la Constitución hondureña:

Art. 272.- "Las Fuerzas Armadas de Honduras, son una Institución Nacional de carácter permanente, esencialmente profesional, apolítica, obediente y no deliberante. Se constituyen para defender la integridad territorial y la soberanía de la República, mantener la paz, el orden público y el imperio de la Constitución, los principios de libre sufragio y la alternabilidad en el ejercicio de la Presidencia de la República".

Más claro no canta un gallo. Este es un no rotundo a la reelección. Los hechos del pasado 28 de junio en Honduras deben ser analizados a la luz de su propia Constitución. No es la OEA, ni Chávez, ni Correa, ni Cristina, ni Evo y, como dijera el hondureño de arriba, “mucho menos Ortega” quienes van a venir a dictar cátedra en Honduras. ¿Y qué va a decir ahora la OEA si hace menos de un mes en el foro americano votó a favor de abrirle las puertas a Cuba? Nada menos que a Cuba, un país donde se han cercenado todas las libertades durante cincuenta años. ¿Qué va a decir de Honduras un organismo que le ha otorgado a la China un lugar permanente en su seno? Nada menos que a la China, un país que no ha hecho más que torturar, explotar y matar Tibetanos.

Y esto fue lo que le contestó Lourdes la hondureña, a una venezolana que se atrevió a opinar en su blog, en contra de los sucesos de 28: «Yo me siento muy orgullosa de mis Fuerzas Amadas, porque ellos sí están con el pueblo, que es la mayoría. No queremos más atropellos a nuestra libertad. Te invito a que vengas a mí país y te des cuenta de lo que esta pasando; que Gracias a TU PRESIDENTE y a MEL, su marioneta, mi país ha estado peor que nunca en los últimos meses. Es cierto que fuimos los hondureños los que pusimos a MEL en la silla presidencial, pero no es menos cierto que somos nosotros mismos los que queremos que se largue y nos asiste el derecho a quitarlo. Si no vives en Honduras no debes incitar a que la gente esté en contra de lo que la MAYORÍA de los que estamos aquí no queremos.
Soy una mujer orgullosa de haber nacido en este país. Amo la libertad, la paz, la democracia y en ningún momento estoy de acuerdo con los atropellos a los que fuimos sometidos por el gobierno chavista de Mel Zelaya; gobierno donde sólo hubo corrupción, donde aterrizaban avionetas repletas de droga –que casualidad que sólo lo hacían en el departamento de Olancho, de donde es oriundo ese traidor a la patria– y nunca se hizo nada por investigar; donde hay hermanos muriendo por la gripe porcina, por muertes violentas a diario, donde hay centros educativos sin clases, hospitales sin medicinas etc. ¿Y él que hizo? Nada porque solo pensó en su voraz sed de poder. A las personas que viven fuera de este glorioso país y desconocen nuestra realidad, con toda educación les pido que no opinen.
Zelaya es un lobo vestido de cordero. No lo queremos en Honduras. Queremos un país donde esté garantizada la democracia, donde los hondureños puedan nacer, vivir y desarrollarse en libertad, no queremos derramamiento de sangre porque todos somos HONDURAS. Pido a mi DIOS que nos proteja, que ilumine nuestras mentes y las de nuestros gobernantes para que saquemos este país a flote y le demostremos al mundo que somos un pueblo unido y pacifico, pero que nos alzaremos para defenderlo y no perder nuestros derechos. En el centro de nuestro escudo nacional dice: REPÚBLICA DE HONDURAS LIBRE, SOBERANA E INDEPENDIENTE. Prefiero morir antes que vivir con un bozal y que otros piensen y decidan por mí».

Pa’ alante, que ya la luz cambió.

Elsa J Varela. Julio/09

viernes, 5 de junio de 2009

El dato


Tulo anda perdido otra vez. En la casa han desistido de buscarlo, porque la última vez que lo vieron mostraba un semblante muy dispuesto. Fue allí en la mesa. Su rostro resplandecía con visos de arrojada decisión; esa que él acostumbra a mostrar cada vez que en su mente bulle una nueva idea. «Pronto aparecerá campante, explicando el resultado de otra de sus expediciones impredecibles». Así justifican todos en la casa el fracaso en la búsqueda, ante lo que amenaza ser una nueva ausencia temporal.
Aristóbulo —que es su nombre de pila—, es un joven de diecisiete años, alto, delgado, fuerte y muy bien parecido. Pero él no sobresale por esto, sino por su obstinada persecusión del dato preciso.
El joven es el menor de cuatro hijos en una familia en la que a nadie, excepto a él, se le ocurrió nunca mostrar el más mínimo apego por los estudios. «Son tres burros de frente y de espaldas»: comenta él mismo de sus hermanos con sus amigos. Su presencia siempre incomoda. Sus maestros y compañeros de clase, aunque lo adulan, le muestran una rara admiración, mezcla de envidia y temor, que el joven aprovecha para imponer su raro liderazgo. Lo que él no sabe es que en la escuela todos creen que está loco; que la tal admiración que le prodigan no es más que el miedo que les infundió desde el día en que se presentó al salón con una caja llena de culebras.
Sus hermanos, dos obreros de la construcción y un estibador del puerto, conocen del mundo sólo hasta donde su madre, Faustina los conduce a retazos, en esas ocasiones en que los cinco coinciden en la mesa familiar. Tulo no pierde un solo dato de los relatos de su madre y, con ellos, recompone a trocitos su árbol genealógico. Así supo que Pedro, su primo por línea paterna, mató a una desconocida —por gusto; porque sentado en el portal una tarde muy calurosa, el hijo de tu tío Francisco, vio venir a una muchacha de cabello largo que se meneaba debajo de una sombrilla y como si le hubieran dado una orden, fue, buscó un machete y la hizo pedazos en plena calle— les dijo Faustina. También por esa fuente se enteró Tulo de que su tía Aura, la hermana menor de su mamá, había incendiado la casa de los vecinos en un arrebato de rabia. Dice que eso pasó un día en que le negaron a Aura un poco de azúcar que había pedido para endulzar un café. Les contó además cómo su abuelo paterno, ya viejo y cansado, se había suicidado con siete ladrillos... «Bueno, se amarró dos en el cuello, uno en la barriga y dos en cada tobillo y se lanzó al río Magdalena en vísperas de Pascua», se adelantó esa vez Faustina para ganarle a la curiosidad de Tulo.
Para los hermanos de Aristóbulo, las historias de Faustina no son más que anécdotas festivas que amenizan la reunión en la mesa. Para Tulo no. Él insiste en el dato; pregunta e indaga detalles con los familiares o los más allegados a la casa. Sabe que los cuentos de su madre no terminan donde ella se detiene; por eso los rastrea hasta el último vericueto. El lunes se retiró de la mesa mucho antes que su madre terminara el cuento de su otra hermana.
Es jueves y todavía Tulo no aparece. Faustina dice resignada y confiada:
―Ya aparecerá. La noticia es tan vieja, que ya se pudrió. Por eso apesta tanto aquí en la casa.
Y los hermanos ni levantan la mirada a ver si se lo llevó una nube. Si lo hubieran hecho, se habrían dado cuenta de que el mal olor que hay sale del frondoso níspero del patio. Ahí está Tulo, colgado desde el lunes.

viernes, 1 de mayo de 2009

CASI NADA

Lo que acompaña a un hombre en su soledad, eso que nadie puede darle ni quitarle, es más esencial para él que ninguna otra posesión. Lo que él pueda parecer a los ojos de los demás le importa muy poco. En la soledad más absoluta, un hombre de talento encuentra con qué divertirse sana y agradablemente, mientras el ser limitado, por más que vaya a fiestas, espectáculos, paseos y diversiones, no llegará a sofocar el tedio que le atormenta. Un carácter bueno, moderado y dulce, encuentra la felicidad en sus pensamientos y en su propia imaginación, aún en la indigencia. Todas las riquezas sin embargo, no pueden satisfacer a un carácter ávido, envidioso y perverso. En cuanto al hombre dotado con permanencia de una individualidad extraordinaria, espiritualmente superior, puede prescindir de la mayoría de los goces a que el hombre común aspira generalmente; además, no son para él más que un trastorno y un peso.
Decía San Juan: «Para vivir necesito poco y lo poco que necesito, lo necesito muy poco». También Sócrates decía viendo algunos objetos de lujo expuestos para la venta: «¡Cuántas cosas hay que yo no necesito!»

jueves, 30 de abril de 2009

CIRUGIA VERBAL AL ALCANCE DEL WANNABE


Todos, antes de ser "lo que" somos, en algún momento de nuestras vidas y con desmedido fervor, hicimos más de una imbecilidad con el propósito de parecer ser. Es decir, sin excepción, cada uno nace con un wannabito adentro. Y aunque éste nunca muere, ―afortunadamente, para algunos―, su fase es pasajera y termina cuando agoniza la ilusión y nace la idea. Para los arribistas y los nuevos ricos, grupitos que se abultan girando en sus propias órbitas, el wannabe state of mind es difícil de erradicar.

La comida, la ropa y ―ah, no me diga que no―, la gente y sus palabras, necesitan airearse para no descomponerse. No hay un solo aburrido que, ya sufriendo en carne propia el eco del tiempo y sus estragos, pueda resistirse al baño de vitalidad que infunde el simple uso de una palabrita nueva. Los analgésicos del yo, esos vocablos que maquillan la cara más dura de nuestra realidad, listos siempre en la punta de cualquier lengua, obran magias en nuestra desolada humanidad. Y sorprenden, tanto por la forma en que proliferan y se esparcen en distintos estratos sociales, como por la facilidad con que encuentran caldo de cultivo entre los wannabe.

Esta especie tan interesante se suscribe a boletines, postea en foros, hace contactos, se hace tatuajes, perforaciones y hasta utiliza herramientas que le sirvan para aprender a ser igual a las personas que admira. Y dado que defiende una bandera prestada, rebautiza casi todo intentando ponerle nueva cara a un mismo e inmutable dolor: la insatisfacción. En este orden de cosas, el wannabe no se estira las arrugas con laser: elimina sus líneas de expresión. ¡Y uno pensando que las líneas de expresión eran los primeros trazos de las letras! Tropezamos así con las patéticas e irreconocibles sexagenarias wannabe que nos confiesan ―con una sonrisita torcida―, que dieron con un médico que hace milagros con sus "arreglitos". Estos médicos ―también wannabes―, afinan diagnósticos y proporcionan la asepsia necesaria que hurta y sustrae información al paciente-cliente y lo libera de la tan indeseada realidad: la vejez. Es de ahí de donde salió la tan famosa y usada: “Te ves espectacular”.

La práctica de esta suerte de cirugía verbal es efectiva para todo tipo de trastorno del wannabe. El drogadicto, por ejemplo, es un ciudadano casi ejemplar y productivo si el terapista maquilla el diagnóstico con un: usuario de sustancias adictivas. Lo mismo sucede con el aborto; médico y paciente, automáticamente liberados de culpa, llegan directo al cielo, si en vez de esa palabra tan fea y dolorosa, rebautizan el procedimiento como: la interrupción voluntaria del embarazo.

Inundar la blogosfera posteando hipervínculos con hipertextos que hacen resonar los poderes explosivos de la palabra en la pantalla, no es dominio exclusivo del ipod generation. Los wannabes están en todas; no se pierden una y aparecen siempre en el mismísimo centro del impacto. Por eso cuando salen reventados en un choque, los abogados los rebautizan con un atenuante no menos alentador, metiéndolos en el saco de los: daños colaterales.

Existe, sin embargo un tipo especial de wannabe al que quiero referirme en particular: el wannabe filósofo. Son ésos que leen dos libros (no completos) y ya quieren saberlo todo; al punto de ofrecer tutorías sobre la forma absurda en la que funciona el mundo. Se sienten superiores y por ende se aíslan, haciendo contacto solamente cuando les dan la oportunidad de acotar alguna frase célebre de un apestoso existencialista anacrónico. Los rostros confundidos de la gente les sirven, además, para afianzar el falso desconsuelo de sentirse absolutamente incomprendidos.

Parientes cercanos de los wannabes son en Argentina los lámer y en Colombia los mañé. Seres que aspiran a ser algo sin saber mucho del área en que quieren involucrarse. Así, un mañé puede convertirse en el verdugo de un acto terrorista, aniquilar a un centenar de inocentes y al mismo tiempo sentirse orgulloso, porque lo que hizo detonar fue una bomba inteligente. O colaborar en una bestial carnicería, una vez que se la hayan pintado como una labor de higiene, participando en una matanza racista que le han vendido como una limpieza étnica. Porque de eso sí no hay duda: los wannabes son bastante pulcros.

Elsajvarela

miércoles, 22 de abril de 2009

Santiago al amanecer


Loca, inexperta, muy joven y, por supuesto, enamorada (palabras que sólo juntas cobran sentido), me casé, crucé el cielo andino y fui a parar a Santiago de Chile, un 6 de abril que jamás olvidaré. Entonces, yo conocía del mundo sólo ese pedacito que le regalan a uno los libros.
Alentados, yo, por la oportunidad de estudiar idiomas, mi esposo, por su inminente entrada como investigador en la Universidad de Santiago, y un tanto más por la belleza de aquel país, decidimos quedarnos a vivir allí. Pronto advertimos la convulsión social que vivía el país austral. Seis periódicos anunciaban diariamente el desmoronamiento del intento socialista. Disfrutamos, es cierto: las comidas, festivales de cine internacional, libros baratos, viajes a Viña, a Valparaíso; incluso, recogimos “voluntariamente” choclos en las afueras de Santiago.
Nuestro aspecto físico nos hizo merecedores de un particular apodo que, por el tono en que era dicho, a todas luces sonaba peyorativo: “los cubanos”. ¡Cuán equivocados estaban los chilenos! Éramos una colombiana y un venezolano, igualmente equivocados.

La polarización y el miedo del pueblo chileno se evidenciaban en todos los rincones de la capital. Tanto, que un día mi profesora de Francés me dijo: “Yo duermo sentada al lado de la ventana, poncho al hombro, lista para lanzarme al vacío cuando anuncien el golpe”. Y mi esposo repetía a diario: “A estos chilenos les van a cambiar la historia y los van a coger dormidos”.
Y así fue. A las 8:00 de la mañana del 11 de septiembre se despertó Santiago y nosotros, bajo el tableteo de la metralla y el bombardeo del palacio de La Moneda.
¿Qué podían hacer dos “cubanos” en aquellas circunstancias? Tirados en el suelo esquivando balas conjeturábamos, cuando un comunicado de radio destrozó nuestros planes. «Se ordena a los extranjeros que hayan entrado al país durante el gobierno de Salvador Allende, presentarse a la comisaría más cercana.» No podíamos hacer caso al comunicado; nuestro estatus migratorio nos llevaría directo al Estadio Nacional. Dados los alarmantes informes de radio, decidimos solicitar asilo a nuestras embajadas. La embajada venezolana nos acogió, y a las 10:00 a.m. contra todo riesgo, nos dispusimos a llegar allí.

Y salimos. Vivíamos a seis cuadras del palacio de La Moneda pero la embajada venezolana estaba a unos 15 kilómetros de allí aproximadamente. Vimos de todo en el recorrido: quema de libros, colchones disparados por las ventanas, gente corriendo con maletas, militares golpeando mujeres con niños en los brazos, heridos, muertos… Y nosotros caminando, deteniéndonos, ―cada uno en una acera haciéndonos mutuas señales para seguir―, escondiéndonos detrás de los árboles. Ya exhaustos, como a las 6:00 de la tarde, divisamos el edificio donde vivía Jorge, un amigo venezolano y su amiga chilena. Tocamos a su puerta y, con la promesa de que saldríamos al día siguiente al amanecer, nos dejaron pasar la noche allí. Ellos también temían un allanamiento.

Al amanecer del 12 de septiembre el humo de la metralla y los gritos de la gente, imposibilitaban cualquier intento de salida. Jorge, compadeciéndose de nosotros, ofreció llevarnos en su carro hasta la embajada. Salimos al oscurecer; y aún así, fuimos detenidos dos veces por los militares. Pudimos escapar de un par de ametrallamientos. Pero el aproximarnos a la embajada, advertimos que estaba rodeada de cañones. Rafael Caldera, el presidente venezolano de turno, había ordenado izar la bandera a media asta en señal de duelo por la muerte de Allende, y esto, Pinochet lo había considerado una ofensa. No era nuestro día de morir. Llegamos a la embajada justo cuando se abrió la puerta del garaje para darle entrada al auto del agregado cultural de venezolano que, manoteando desesperadamente, ordenaba subir la bandera. Detrás entró el carro de Jorge.

Certero


Un machetazo
abre en dos el lomo del silencio
y abanicándose en la hoja,
un eco repite: ¡Ay!

sábado, 11 de abril de 2009

El lenguaje del socialismo del siglo XXI


El poder de la palabra creadora, reservado hasta ahora a la Divinidad: «Hágase la luz», y la luz fue hecha, vendría como anillo al dedo a muchos políticos que, hasta hoy, creen que cambiando la estructura económica modifican en consecuencia el arte, el derecho y, en suma, la mentalidad de un país.

«Cambiemos las palabras, y cambiarán las cosas», parece decir la nueva alternativa al capitalismo, y como de manos del mago sale el conejo del sombrero, surge un discurso de múltiples lecturas: “El lenguaje del socialismo del siglo XXI”, cuyas palabras, frases y a veces oraciones generan, no solo la ilusión de prosperidad y el fin de la injusticia social express, sino un argot que, como por generación espontánea se multiplica y resulta tan ambiguo como irresponsable.

Aceptar este lenguaje como veraz sería tan temerario como reconocer la hipótesis Sapir‑Whorf, según la cual toda lengua conlleva una visión específica de la realidad y que, por tanto, determina al pensamiento.
Si así fuera, el lenguaje corregiría las mentalidades y cambiaría la realidad. Por esta vía nosotros, las minorías, obtendríamos la prosperidad, con un simple: “Háganse los derechos civiles” de uno de los miembros del Olimpo izquierdoso de nuestra era.

No trataré aquí la perífrasis abstracta que propone el eufemismo para lograr que el despedido (botado) acepte su nuevo estatus social, casi con una sonrisa y un “gracias”, cuando se lo disfrazan con reajuste laboral; o de la frase políticamente correcta, no. La corrección política en la que chocan frontalmente dos principios fundamentales de la lingüística: la arbitrariedad del signo y la distinción entre lengua y habla, tampoco es lo que atañe ahora. Esto es harina de otro costal. Me refiero a algo mucho más subliminal, más torpe y menos sensible. Hablo de un lenguaje urdido, diseñado y preparado en gabinetes, centros de información y propaganda; un lenguaje que se factura en los medios y se esparce a través de las agencias de prensa. Es algo que va más allá de la simple retórica acompañada de gestos y escudada por la grandilocuencia dramática y los lugares comunes; aquí subyace una voluntad ideológica que sirve más de un propósito.

Cuando de la noche a la mañana escuchamos llamar ''desposeídos'' a los pobres; como si alguien les hubiese quitado lo que les pertenecía, lo que oímos es un eco, es: “el lenguaje del socialismo del siglo XXI”. Y digo eco, porque se trata de un deja vue. Es un fenómeno que da vueltas en la historia con pocas señales de desaparición. Hace aproximadamente 46 años Fidel Castro impresionó a las masas con su ya lapidaria ''Patria o Muerte'', una frase que, no por coincidencia, suena a calco del lema de los falangistas europeos: ''Viva la Muerte''. ¿Qué es esto Fidel, el culto a la guadaña o el neofascismo a la caribeña?

Llama la atención observar como ahora el transporte ineficaz, lo es menos si a Hugo Chávez se le antoja decir que el sistema automotor ha “colapsado”, como si el verbo colapsar fuera un atenuante del caos. A los medios de transporte los ha convertido en “unidades”; lo que hasta hace poco era súper, lo califica ahora como “mega” y a cualquier cambio lo bautiza “proceso”. ¿Será por la lentitud a que están condenados?
Cuando Rafael Correa habla de “soluciones inconclusas” en su propuesta de “Revolución ciudadana para volver a la patria”, ¿qué es lo que cree? ¿Qué los ecuatorianos se están chupando el dedo? “La política de la alegría y la esperanza de la juventud” que mencionó en Quito en su “Discurso de Lanzamiento Alianza País”, se acerca más al slogan propagandístico de una crema para las arrugas que a una propuesta seria. La patria a la que invita Correa es una “Patria altiva y soberana”. ¿Acunará en su seno a todos los ecuatorianos?

Más al sur Evo Morales coquetea con los abanderados del “giro a la izquierda” de América Latina. No podemos negar que el abanico semántico se abre en Bolivia y propone nuevas lecturas. Cuando Evo dice “Los recursos naturales no se pueden privatizar porque son propiedad del pueblo y el pueblo es la voz de Dios”. ¡Ay, Dios mío! Aquí sí que hay tela que cortar. Para empezar, ¿qué hace aquí la izquierda? Ningún indígena necesita ni a Marx ni a Lenin para darse cuenta de que es explotado. En la cosmología aymara no se concibe la Naturaleza como blanco de explotación. La Naturaleza en el vocabulario indígena es “la tierra” y ésta no debe ni puede medirse o venderse por metros cuadrados. La tierra es un vocablo cargado de sentidos, que toca un poder casi divino y escapa a la matriz colonial del poder, al racismo, la violencia, el sufrimiento y la explotación. En la cosmología occidental, después de la revolución industrial, el agua y los hidrocarburos se convirtieron en “mercancías”. Para los indígenas de América los recursos naturales, son derechos de las personas que habitan en y son habitadas por la Naturaleza. Me pregunto si Evo será capaz de adaptar este lenguaje a la jerga del socialismo del siglo XXI para complacer a Huguito.

El socialismo del siglo XXI, en su esfuerzo por tropezar una y otra vez con la misma piedra, no solo nacionaliza empresas, destruye la propiedad privada, manipula monedas, controla precios, distorsiona mercados, ideologiza la educación, insulta a la religión y concentra poderes, sino que elimina cualquier posibilidad de estado de derecho. Pero algo más que quemar banderas y mentarle la madre a los policías, requiere el mundo para cambiar. El carnaval sin sentido que hace admirable la brutalidad y donde al que mata es al que se le "respeta", parece ser el “modus operandis” del socialismo del siglo XXI. Tanto libro, tanta labia, tanta estupidez para terminar tirando piedras, balas y bombas; y luego llorar como nenas por las aceras, porque les devolvieron lo mismo, pero sin piedras. Hay que ser muy infantil para creer que una pedrada puede cambiar algo. Igual sucede con una porción considerable de seguidores del Islam que considera la "jihad" una guerra santa y legítima.

A la humanidad le costó cien millones de muertos el venerado socialismo del siglo XX que retrasó a todos los países que lo padecieron en el terreno económico y condenó a muchos millones más a una muerte lenta pero segura, bajo el terror de la represión, el hambre, las carestías perpetuas, la sequedad intelectual y el aislamiento cultural. Cuando cayó el telón en la Europa del Este, dejó a la vista del mundo los resultados del socialismo real, es decir, la resonancia del poder en manos del Estado. “El Estado es el lugar donde a la muerte lenta del hombre le llaman vida”, dijo un pensador del siglo XIX. Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot y Adolfo Hitler se encargaron de darle la razón el siglo siguiente. Y para que no olvidemos esta lección, supongo que una vez sembrado el cadáver insepulto de los cubanos, cuando por fin caiga el telón en la isla, las cifras del régimen en muertos, encarcelados y exiliados, harán proponer la canonización de Pinochet. ¿Será que los sudamericanos somos políticamente tan timoratos como para atrevernos a resucitar tal infamia en el siglo XXI?

Solo tendríamos que echar un vistazo a las dos Alemanias, las dos Coreas, Tailandia, Indochina, Birmania y mirar con atención a las dos Europas, para descubrir países en los que el árbol del progreso y el bienestar se resiste a dar frutos, aplastado como está por la hoz, perdón, coz del monstruo de cachuchita roja. No existe en la historia de la humanidad un solo modelo socialista que haya logrado el milagro de sacar a sus habitantes de la pobreza, que haya hecho avanzar a la ciencia y a la tecnología y, ni se hable aquí de haberle ofrecido libertad de creatividad a sus científicos, ingenieros o artistas.

En tiempos en que Norteamérica y Asia Oriental se aproximan al liberalismo, en América Latina los marxistas encarnizados forman un coro desafinado con los mercantilistas más cavernícolas de la región para denunciar, como noticia de último minuto, que el “neoliberalismo” y el libre mercado son los causantes de todos los males, ignorando que la pobreza existía antes de la aparición del cacareado “neoliberalismo”.

En tal perspectiva, el mundo actual se mueve al ritmo de un discurso neofascista cargado de alusiones y entredichos; de un derroche verbal que dice muy poco y provoca, cuando no el desconcierto, un asombro ingenuo que le otorga a sus emisores una facultad superior de inteligencia. Llamemos las cosas por su nombre. No se trata ni de exigir más hechos y menos palabras, ni de aceptar como inteligente un comercio verbal acomodaticio. Se trata de no adulterar el lenguaje, pues la verdad no requiere de muchas palabras. Tuve un profesor de historia que tenía un modo especial de explicar las cosas. Un día tomó mis brazos y los extendió en cruz ―como los de Jesucristo―, y mientras los empujaba hacia atrás me decía: “las extremas cuando son muy extremas, al final se juntan”. Y era verdad, porque cuando terminó la frase, ya mi mano derecha había tocado la izquierda y estaban en posición de aplauso; por detrás, claro.

lunes, 6 de abril de 2009

LA ETERNIDAD ESTA PLAGADA DE FANTALMAS


El universo es un sueño de las almas y éstas, rehenes como son de la eternidad, ni se desgastan, ni perecen. Dicho en casero: “El cuerpo se acaba, el alma es inmortal, eterna”. Pero la eternidad es tiempo en sucesión y, al parecer, todas hemos estado aquí desde siempre, soñando el universo, huérfanas de memoria. Resulta que estamos hechas de materia intangible, que nuestra única sustancia es el olvido. Entonces somos poco menos que fantasmas; fantalmas, diría yo. Y si el cuerpo se acaba y el alma es olvido, ¿qué pierde el universo si falta un “fantalma”?

El olvido se encargó de borrarnos el file; por eso ningún fantalma sabe quién es. Gracias a Dios, porque el olvido, hasta hoy, mantiene esa condición de inconmensurable que nos hace intocables e irremediablemente únicas y fantasmagóricas.

Hasta hace muy poco existían los no comprables, como la dignidad, la fe y el tiempo. Que se cuide el universo, digo yo. Porque, si del modo en que hoy compramos 10 ó 20 dólares de minutos, tuviésemos la posibilidad de comprar o vender, ya fuera por metros, kilos o litros, trocitos de olvido, ¿qué sería de nuestra pobre fantalma mañana? Seguramente recuperaría la memoria y, con tan desventajoso trueque, correríamos el riesgo de desaparecer para siempre. Si esto sucediera, entonces no habría quien soñara el universo, de lo cual se concluye que habría que reinventar la eternidad. Afortunadamente, mientras el olvido no sea materia de consumo, el universo seguirá en nosotras, las desmemoriadas; las fantalmas que, olvidando quiénes hemos sido, inventamos a diario el universo.

viernes, 3 de abril de 2009

ASI ES LA VIDA

Del rosario de muletillas que usamos a diario, ninguna tan eficaz e inofensiva como: “así es la vida”. A veces se nos escapa un solapado y sarcástico “c’est la vie”. Pero el idioma no importa, siempre tiene el mismo efecto: Nos salva de incómodos compromisos, evita empañar la atmósfera con opiniones de doble punta y a nadie le parece que estábamos saliendo del paso.
“Así es la vida” es la multiusos y tiene sus variantes. Sirve tanto para abrir como para cerrar temas. “Fíjate lo que es la vida…” y el cuento empieza. “Claro, porque así es la vida”, y ahí muere el cuento, cerrando con esto el paso a cualquier argumentación. Viene tan a pelo en esas conversaciones intrascendentes en las que, sin darnos cuenta de que era la muerte el tema, soltamos un inofensivo: “cómo es la vida, ¿no?”
Supe de un vecino que decía tener 30 cajas llenas de todas las “mierdas” que su convaleciente esposa había acumulado durante años: Muñequitas de porcelana, sombreritos de paja, mascaritas chinas, gallitos cantarines, camafeos y una muestra variopinta de flores plásticas que el vecino tenía a la venta en su garaje, adelantándosele a la muerte de su cónyuge. El vecino murió ayer y su esposa ha vuelto a colocar todas sus “mierdas” en su santo lugar. “Qué cosas tiene la vida, ¿no?”, dije yo. Y ni se imaginan el discurso que me ahorré.

CON LAS MANOS EN LA MESA Por: Elsa J. Varela

Le ofrecí la mano pero dudó, y sonriendo apuntó: «Es que… quien da la mano, da lo mejor de sí» Por eso precisamente le ofrezco la mía, le dije. Y extendiendo la suya, dijo: «Entonces, juntemos a las dos mejores desconocidas». Así conocí a Zunilda, «Zuny, para los que me quieren»; una emigrante colombiana de manos muy pequeñitas, que llegó a Nueva York a mediados de los 70.
Comenzó a trabajar maquillando muertos en el Bronx, me dijo. Que fue un poco difícil al principio, pero «…a todo se acostumbra uno, niña, hasta a la muerte”. Al parecer hizo de todo “apretando botones”. Porque según ella, en este país no se utilizan las manos completas para casi nada, que el índice y el pulgar son las varitas mágicas del quehacer de nuestro tiempo y agrega juguetona: «Para sacar dinero del ATM, con un solo dedito basta; un dedo para hablar por el celular, uno para el elevador y con otro en el mouse, la Internet nos lleva de viaje a sitios inverosímiles. Entonces me habló de la diferencia. Porque Zuny asegura que sólo hay dos clases de trabajadores: los aprieta-botones y los artesanos, es decir, los creadores. «…pero eso de apretar botones, mi hijita, cansa» Le pregunté qué era lo que había apretado tantas veces que le despertó la creatividad, y me respondió que el fracaso. «Me cansé de fracasar haciendo cosas mecánicas». Que trabajó en una fábrica de juguetes, donde tenía que meter las cabezas de las muñecas en un horno gigantesco; pero como era una neófita, apretó el botón equivocado y el horno se abrió y le quemó todas las pestañas. También me confesó que había hecho chalecos salvavidas para aviones, que había empacado carne y montado espejitos, pero todo utilizando, cuando más, dos dedos; es decir, apretando botones.
Ya Zuny temía que sus manos se atrofiaran por desuso, cuando le dieron trabajo en una joyería. Sintió que tocaba el cielo con las manos. «Allí pude darle rienda suelta a este par, porque, usted sabe, siempre he tenido unas manos muy inquietas. En la joyería que era una especie de tienda-taller donde se elaboraban piezas de bisutería, accesorios para tiendas grandes como Macy’s, Bloomingdale’s, etc., aprendió de todo. Zuny veía a aquellas mujeres adornando correas, pintando zapatos, haciendo collares, decorando sombreros y todo eso le llamaba muchísimo la atención, le picaban las manos, según ella.
Aprendió a usar los alicates planos, los circulares; ésos que le dan la vuelta a las argollitas de los collares; los distintos tipos de tijeras y alfileres. Se hizo diestra en la inserción de los eye-pin, que son los alfileres de ojo y los otros, los head-pins; o sea, los de cabeza. También manejó los corta-alambres y todo tipo de cerraduras y pegamentos; montó piedras semipreciosas y, de vez en cuando, se atrevió a hacer piezas para su uso personal que, para su sorpresa, despertaban la admiración del público.. «Así que cuando me jubilé preferí quedarme con las manos en la mesa; poco a poco compré mis herramientas, monté mi propio tallercito y me dediqué a la bisutería».
Ahora hace trabajos por encargo: réplicas de piezas antiguas, tiaras, prendedores, argollas, diademas, peinetas, de todo. Trabaja con cuarzo, cuero, metal, plástico, cristal, madera, semillas y barro. Los clientes dejan todo en sus manos, van a su taller con fotografías y recomendaciones específicas: «Mira, Zuny, ¿ves esta pieza? Yo la quiero igualita, pero no en metal, házmela a mí en madera y semillas»
Comprendí sus palabras iniciales. ―Porque si usted se pone a ver, me dijo, las cosas más importantes y las más terribles, tienen que ver con nuestras manos. Según Miguel Hernández, las manos son las herramientas del alma, comenté yo, como para congraciarme con ella. Pero enseguida me dijo que ella no sabía quién era ése; e insistió en que lo mejor que tenemos son las manos, porque para ser hipócritas, las besamos; y para rogar, las juntamos. ―Pero también somos capaces de ponerlas al fuego por un amigo―, acoté yo. Y de inmediato se apresuró a ripostar: «Pero también nos delatan. No en balde lo descubren a uno cuando se las leen: son nuestro diario más íntimo». Es cierto, le dije, y ya sin saber dónde poner las mías, agregué: O las ponemos a bailar para despedirnos. «Ah, sí; y hacemos con ellas la señal de la cruz, pero después nos las lavamos, como Pilatos». Entonces, como para buscarle la lengua, le advertí que lo peor que podía sucederle a uno era que lo pillaran con las manos en la masa. Me dio una palmadita en el hombro y me dijo: «No, no, pero hay una peor que esa» ¿Peor, cuál? Le pregunté intrigada. «Ah, cuando nos dicen: “Arriba las manos” y nos quitan todo; como me pasó a mí no hace mucho. Y lo que más me duele es que la mano de piezas que me quitaron eran piezas únicas y legítimas, hechas por mí, con todos los dedos de mis manos».

viernes, 27 de marzo de 2009

INVITACION

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lunes, 23 de marzo de 2009

DULCE PONTE CANCION DEL MAR

MI MADRE EN MANOS DE MARTHA STEWART por elsa varela

En éste, mi mundo de lo que pudo haber sido y no fue, están, por un lado, Martha, la genuina, la más fiel y respetable imagen de la perfección del milenio; la anfitriona sin mácula, el último bastión de los pasteles de boda, las fundas bordadas y la pasta orgánica… y, por el otro, mi madre: la imperfecta.

De haber conocido a Martha, mi madre seguramente nos habría hecho homeschooling a nosotros tres; pero no sabía leer. Sin embargo, nos mandó a la escuela; no en un bus escolar ni en un BMW pero sí en su burrito Galeote. Y en vez de haberle puesto trapos viejos a la montura del asno, le habría tejido cojines con macramé del más fino hilo a los aparejos… o le habría improvisado una sombrillita con hojas de banano y maíz al pollinito. Quizás le habría tejido una trenza en la cola, o le habría colocado inciensos de musk o de opium en el anca a Galeote, cosa que habría mitigado, en mucho, los insufribles vahos que a menudo nos soltaba el jumento en la travesía.

Cómo me habría gustado presumir de mis dibujos en la puerta de la nevera, como hacían los hijos de Martha; pero mi mamá nunca tuvo nevera. Mis obritas de arte habrían quedado empapadas sin remedio con el agua que resumía la pared de la tinaja.

Estoy segura de que con Martha, mi madre habría convertido aquella falta de luz eléctrica, en una fantasía cromática de votivas martianas; que, también con la ayuda de esta encarnación de la gracia y la belleza, la nube de moscas bobas de creolina ―que eran sombra y aura de mami desde el amanecer―, habría sido espantada con popurrís de las más exquisitas fragancias. Sin duda habría aprendido a diseñar, no sólo en botellas vacías y en cáscaras de huevo, sino hasta en las escamas de pescado ―porque, en la casa de mi mamá, vendían pescado de lunes a viernes.

Dos tijeretazos habrían bastado para que en un ataque de X-treme make-over, la emperatriz del estilo hubiese convertido la larga y frondosa melena de mi madre, en mil réplicas de indiecitas chimilas en miniatura. Podríamos haber celebrado las navidades con tarjetitas brillantes, con cintas y angelitos tornasoles que escudasen un inmenso arbolito, atiborrado de guirnaldas y luces cantarinas; pero no. A mamá lo único que se le ocurría, en la navidad, era exhibir ―encima de una pila de piedras y un lío de pajitas secas―, a un niñito desnudo en un rinconcito de la sala, ¡tan montaraz, la pobre!

Mi padre nunca la habría dejado sola, porque, arrobado con tanta pulcritud, al ver que ella nos hacía dormir en una hamaca, para que las camas no se arrugasen; o al oír ―de labios de ella misma―, la verdadera razón por la que sirviera los panes, no en bandejas ni en cestas, sino en los mismos nidos de los pájaros («¿Te das cuenta, Rosendo, de lo natural que lucen?»); él se habría quedado. Juro que ya en el umbral de la puerta, maleta en mano y sacudiéndose los zapatos, mi padre habría sucumbido ante aquel tapete confeccionado con semillas de mango y majagua seca. Sí, allí, en aquél cotudo tapete, se habrían hecho trizas sus ínfulas y sus pretensiones machistas, y ahora nosotras no estaríamos así. Y es aquí donde a mí más me duele que mami no haya conocido a Martha. ¡Mira que dejar ir a papá por el simple hecho de haberse casado con otra!

Todo lo que había en el jardín de la casa se habría aprovechado, ¡todo! Porque mami tenía un jardín que, nunca fue el producto de una selección de semillas, como lo hace la diva doméstica, sino el trabajo incesante de una bandada de pájaros vagabundos que merodeaban por el patio. ¡Si Martha los hubiese visto! Estoy segura de que ella habría convencido a las avecillas a desdeñar aquellas semillas tan silvestres, que las habría conducido hacia el norte, en dirección de las hydrangea paniculata, los crisantemos u otras flores de más prestigio. Porque en verdad, ¿qué puede saber un pájaro… y qué gracia puede tener un jardín, sin la delicada intromisión de Martha Stewart?

Por artes de la sultana del trapo y del cartón, mami me habría enseñado a decorar mis blue jeans con parches de vintage, y ―claro está, de haber tenido zapatos―, me habría hecho maestra en eso de forrar cajitas que, aunque no sirvan para nada, dan una satisfacción enorme. También gracias a ella, mamá me habría indicado cómo seleccionar los ingredientes más frescos para esas recetas sofisticadas con camarón scampi y todo ese cuento. En fin, mamá se habría apropiado de todos los secretos de la deidad suprema y me los habría transmitido a mí. Y a estas alturas, yo habría sido el arquetipo del ama de casa entregada a la pasión de hacerlo todo a mano, con lo más económico del mercado ―por supuesto―; o simplemente, con material reciclable porque no es nada chic seguir contaminando.

Y es que en el espejo de mi infancia se reflejan siempre varios rostros; pero ninguno es el de Martha, ¡qué desdicha! Porque de haberla conocido, mi madre habría aprendido, inclusive, que, tirados al azar por un par de días, en cualquier pared, la leche cortada con un poquito de chocolate y aguarrás, logran ese efecto antiguo de los templos griegos… poco probable, sí, porque la casa de mamá era de palma y bahareque.

A veces, cuando me deprimo, pienso en mamá ―por supuesto, inmersa en el mundo de Martha―, y las veo compinches a ellas dos; sentaditas, una frente a la otra en la mesa de escamar pescados, planeando la fiesta de quince años de mi hija Ana. Ocupaditas puedo ver a mis dos heroínas, impresionando a los invitados, con esas dotes de perfección que sólo la diva del candelabro es capaz de concebir. Y Martha dice «recuerditos», y salta mamá con un par de tusas hendidas; y sin pérdida de tiempo, navaja en ristre, la maga verdi-azul le saca un bocado cuadrado a la media tusa, al tiempo que grita embriagada de emoción: «Yeah, a portrait!» y mi mamá que mira para ambos lados, confundida, creyendo que es alguien que ha llegado a comprar pescado. Todas estas ideas me cambian momentáneamente el estado de ánimo. Pero mi madre no conoció a la Stewart, y yo he tenido que aceptar que, con mami, se acabó el glamour y que, en consecuencia, nunca tendrá razones suficientes para ir a dar a la cárcel… Ahora ella tiene que aguantar esta insistencia mía en que no siga limpiándose las manos en la falda; que ya no es necesario deshuesar el pescado a mano limpia; que para eso hay servilletas blancas, pespunteaditas con hilo de oro y borlitas en cada esquina, como ésas que venden en K-Mart.

Mamá seguirá siendo imperfecta, mucho más ahora que se ha empeñado en regresar a Guamal, donde, de seguro, está haciendo chistes con mis tías (aquí entre nos, no sin una pizquita de alarde), de este lifestyle que le cuesta tanto asimilar.